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8. Sobre la mediocridad, originalidad y perfeccionamiento social de mujeres y hombres.

“Para exigir la perfección se requiere cierto nivel ético y es 
indispensable alguna educación  intelectual. (…) 

No se concibe el perfeccionamiento social como un producto de la 

uniformidad de todos los individuos, sino como la combinación de 
originalidades incesantemente multiplicadas. (...) 

Todos los enemigos de la diferenciación vienen a serlo del progreso. 

Es natural, por ende, que consideren la originalidad como un defecto 
imperdonable. Los que tal sentencian, se inclinan a confundir el 
sentido común con el buen sentido, como sí enmarañando la 
significación de los vocablos quisieran emparentar las ideas 
correspondientes. Afirmemos que sentido común y buen 
sentido son antagonistas. El sentido común es gregario, 
eminentemente retrógrado y dogmático; el buen sentido es 
individual, siempre innovador y libertario. (…) 

Respecto a los hombres y mujeres sin personalidad, individualmente 

considerada la mediocridad, la defino como la ausencia de 
características personales que permitan distinguir al individuo en su 
sociedad. (…) 

Los hombres y mujeres sin personalidad son innumerables y 

vegetan moldeados por el medio. (…) 

Su moralidad de catecismo y su inteligencia cuadriculada los 

constriñen. (…) 

Es así que mientras el individuo de fino carácter es capaz de 

mostrar encrespamientos sublimes, como el océano; en los 
temperamentos domesticados todo parece quieta superficie, como 
en las ciénagas. La falta de personalidad hace, a estos últimos, 
incapaces de iniciativa y de resistencia a lo establecido. Desfilan 
inadvertidos, sin aprender ni enseñar, diluyendo en tedio su 
insipidez, vegetando en la sociedad que ignora su existencia: ceros 
a la izquierda que nada califican y para nada cuentan. Su falta de 
robustez moral les hace ceder a la más leve presión y sufrir todas 
las influencias. (…) 

El hombre mediocre es una sombra proyectada por la sociedad; es 

por esencia imitativo y está perfectamente adaptado para vivir 
en rebaño, reflejando las rutinas, prejuicios y dogmatismos 
reconocidamente útiles para la domesticación” 

 Notas a partir de 


(José Ingenieros El hombre mediocre, Ediciones Universales, 

Bogotá, 1994, págs. 34-38, 45).

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