“Para exigir la perfección se requiere cierto nivel ético y es
indispensable alguna educación intelectual. (…)
No se concibe el perfeccionamiento social como un producto de la
uniformidad de todos los individuos, sino como la combinación de
originalidades incesantemente multiplicadas. (...)
Todos los enemigos de la diferenciación vienen a serlo del progreso.
Es natural, por ende, que consideren la originalidad como un defecto
indispensable alguna educación intelectual. (…)
No se concibe el perfeccionamiento social como un producto de la
uniformidad de todos los individuos, sino como la combinación de
originalidades incesantemente multiplicadas. (...)
Todos los enemigos de la diferenciación vienen a serlo del progreso.
Es natural, por ende, que consideren la originalidad como un defecto
imperdonable. Los que tal sentencian, se inclinan a confundir el
sentido común con el buen sentido, como sí enmarañando la
significación de los vocablos quisieran emparentar las ideas
correspondientes. Afirmemos que sentido común y buen
sentido común con el buen sentido, como sí enmarañando la
significación de los vocablos quisieran emparentar las ideas
correspondientes. Afirmemos que sentido común y buen
sentido son antagonistas. El sentido común es gregario,
eminentemente retrógrado y dogmático; el buen sentido es
individual, siempre innovador y libertario. (…)
Respecto a los hombres y mujeres sin personalidad, individualmente
considerada la mediocridad, la defino como la ausencia de
características personales que permitan distinguir al individuo en su
sociedad. (…)
Los hombres y mujeres sin personalidad son innumerables y
vegetan moldeados por el medio. (…)
Su moralidad de catecismo y su inteligencia cuadriculada los
constriñen. (…)
Es así que mientras el individuo de fino carácter es capaz de
mostrar encrespamientos sublimes, como el océano; en los
eminentemente retrógrado y dogmático; el buen sentido es
individual, siempre innovador y libertario. (…)
Respecto a los hombres y mujeres sin personalidad, individualmente
considerada la mediocridad, la defino como la ausencia de
características personales que permitan distinguir al individuo en su
sociedad. (…)
Los hombres y mujeres sin personalidad son innumerables y
vegetan moldeados por el medio. (…)
Su moralidad de catecismo y su inteligencia cuadriculada los
constriñen. (…)
Es así que mientras el individuo de fino carácter es capaz de
mostrar encrespamientos sublimes, como el océano; en los
temperamentos domesticados todo parece quieta superficie, como
en las ciénagas. La falta de personalidad hace, a estos últimos,
incapaces de iniciativa y de resistencia a lo establecido. Desfilan
en las ciénagas. La falta de personalidad hace, a estos últimos,
incapaces de iniciativa y de resistencia a lo establecido. Desfilan
inadvertidos, sin aprender ni enseñar, diluyendo en tedio su
insipidez, vegetando en la sociedad que ignora su existencia: ceros
a la izquierda que nada califican y para nada cuentan. Su falta de
insipidez, vegetando en la sociedad que ignora su existencia: ceros
a la izquierda que nada califican y para nada cuentan. Su falta de
robustez moral les hace ceder a la más leve presión y sufrir todas
las influencias. (…)
El hombre mediocre es una sombra proyectada por la sociedad; es
por esencia imitativo y está perfectamente adaptado para vivir
en rebaño, reflejando las rutinas, prejuicios y dogmatismos
reconocidamente útiles para la domesticación”
las influencias. (…)
El hombre mediocre es una sombra proyectada por la sociedad; es
por esencia imitativo y está perfectamente adaptado para vivir
en rebaño, reflejando las rutinas, prejuicios y dogmatismos
reconocidamente útiles para la domesticación”
Notas a partir de
(José Ingenieros El hombre mediocre, Ediciones Universales,
Bogotá, 1994, págs. 34-38, 45).
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